Cuenta san Juan que en una controversia entre Jesús y varios notables judíos, estos no entienden que él los llama a una creencia más alta y sospechan que es un suicida, pero Jesús les dice: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.
Propósito que sigue el reverendo J.M. Martí Bonet al publicar el libro El martiri del temples, sobre la destrucción de iglesias en la diócesis de Barcelona en 1936-1939, con el asesinato de los religiosos.
Lo que disgusta a diversa gente, no precisamente los criminales o a sus aún camaradas, la cual cree que reseñar este holocausto equivale también a un suicidio, pues justificaría el bestial franquismo, y denigra a la República y a Catalunya. O sea que una campaña tan bárbara debería ser silenciada en aras de entelequias patrióticas e ideológicas que falsifican la realidad.
Porque fueron asesinados aquí, primero en dos semanas de matanza, un millar de sacerdotes, centenares de monjas, a la par que incendiados y saqueados los templos a docenas. Sólo los 464 retablos destruidos sumarían alineados 2,5 kilómetros, lo que supondría uno de los ricos museos del mundo. Lo que se repitió en Catalunya entera.
e la que ya no se ocupa la investigación de Martí Bonet, cuyos fidedignos datos sobre el Barcelonés, fotografías, testimonios, componen el panorama más infernal que pueda imaginarse. Avergüenza, horroriza, apasiona. Sin que la Generalitat apenas hiciera nada más que intentar disimular los hechos. De los que hasta Companys, en el colmo de la farfullante inutilidad, sólo tenía una reticente idea.
Y quienes se salvaron de la tragedia lo debieron sobre todo a amigos, vecinos o fieles que se jugaban la vida para librar a un tonsurado de la muerte, de la fatídica checa. Incluso hubo anarquistas que avisaban a curas que sabían que la FAI iba a detener…
¿Cómo pudo ocurrir todo esto? Rastrearlo supondría adentrarse en negros siglos pretéritos; y es que la Iglesia, pese a su reiterada labor y espíritu junto a los pobres, estuvo aún más y ostentosa con la riqueza y la opresión,como jerarquía social y prédica doctrinal. Así, la revolución del 36 cebó emblemáticamente en ella muchos de los odios y sufrimientos populares. Los clérigos, frailes, sus templos, resultaban presas fáciles y vistosas.
Contribuyo a rememorar el desastre aludiendo a la devastada iglesia mayor de Igualada, convertida en mercado; cuyo venerado Cristo fue arrancado y rebotado en el suelo, ante el estupor de los vándalos al ver que la parte posterior de la imagen estaba podrida, con telarañas, cuando la habían creído divina, aurífera. Léase así mi libro Reis, polítics i anarquistes (Proa), escrito en París con los exiliados de la CNT.
En la guerra civil española no anidan razones, sino víctimas y verdugos a cada lado.
Olvidemos sabiendo, no ignorando ni mintiendo.
Baltasar Porcel – La Vanguardia.