NO SIN MI COCHE


dos mil kilos de tecnología para desplazar menos de un centenar de materia orgánica. El colmo de la ineficiencia.”

Fuente: ECOLOGÍA PARA NO ECOLOGISTAS (José Luis Gallego)

Tenemos que cambiar nuestra manera de desplazarnos. Lo de ir en coche a todas partes, incluso por el interior de la ciudad, ya no se sostiene. Seguir instalados en esta sinrazón de atascos, víctimas y humos nos conduce a la bancarrota: económica, ecològica y hasta moral.

De un tiempo a esta parte somos cada vez más los ciudadanos que participamos de manera activa y solidaria en la mejora del medio ambiente. Estamos sustituyendo las bombillas incandescentes por lámparas de bajo consumo. Pagamos un poco más por la lavadora para ganar en eficiencia y hemos revisado los sistemas de aclimatación para gastar menos en calefacción y en el aire acondicionado. Pero el coche no, por favor, el coche no me lo toques, lo necesito para ir al trabajo o a buscar los niños a la escuela.

Así, siguen siendo mayoría los que optan por mover alrededor de dos toneladas de peso para transportar entre cincuenta y noventa kilos para ir al centro. Y a menudo a una velocidad inferior a la que alcanzarían andando. En este mundo de alta competitividad, resulta difícil de entender que todavía estemos apostando por una manera de movernos que el el colmo de la ineficacia. ¿Confortabilidad? ¿Seguridad? ¿Servicio? No nos engañemos más.

Los números del coche en la ciudad hace tiempo que son claramente negativos y no soportan ni una sola comparativa con cualquier otra alternativa de desplazamiento. Es cierto que el automóvil ha sido uno de los protagonistas más destacados de nuestro desarrollo económico y hasta cultural durante el último siglo y que le debemos buena parte de lo obtenido. Pero las cuentas de su uso urbano, el balance entre el debe y el haber de moverse sobre cuatro ruedas privadas ha superado ya todo razonamiento práctico.

Cada día entran y salen del centro de las grandes áreas metropolitanas centenares de miles de vehículos (más de un millón en el caso de Madrid y Barcelona). Una procesión de coches atascados que emiten alrededor de doscientos gramos de CO2 por cada kilómetro que recorren (los modelos viejos mucho más; los nuevos algo menos). Según los estudios de movilidad urbana, el 80% de esos coches transportan tan sólo al conductor. Repito: dos mil kilos de tecnología para desplazar menos de un centenar de materia orgánica. El colmo de la ineficiencia. Continua llegint “NO SIN MI COCHE”

MONTAÑAS DE NEUMÁTICOS


mientras un neumático abandonado en el bosque puede provocar la contaminación de los ecosistemas y generar un alto riesgo de incendio, una vez recogido aparte y convenientenmente recuperado llega a convertirse en un material fácil de reciclar y con diversas prestaciones.”

Fuente: ECOLOGÍA PARA NO ECOLOGISTAS  (José Luis Gallego)

En España se cambian anualmente cerca de veinte millones de neumáticos de los que el 85% se convierten en residuo: aproximadamente 300.000 toneladas de basura muy contaminante cuya correcta gestión medioambiental requiere un tratamiento especial. Sin embargo, este alto volumen de residuos especiales (el neumático usado es un desecho muy tóxico) suele acabar, en el mejor de los casos, depositados en vertederos especiales, y en no pocas ocasiones abandonado en plena naturaleza, lo que provoca un grave problema ecológico.

Sólo hay que darse una vuelta por los descampados y la zonas boscosas de las afueras de nuestros pueblos y ciudades para entender que se trata de un problema perfectamente serio, un acto incívico que debemos evitar y en todo caso denunciar.

Para dar solución al tratamiento de las ruedas usadas, la legislación ambiental española se dotaba recientemente de una normativa sobre gestión de neumáticos fuera de uso, una ley que obliga a  los fabricantes a recuperarlos cuando pasan a convertirse en residuo mediante su reciclaje y a la correcta valoración de los materiales que lo componen.

Y es que mientras un neumático abandonado en el bosque puede provocar la contaminación de los ecosistemas y generar un alto riesgo de incendio, una vez recogido aparte y convenientenmente recuperado llega a convertirse en un material fácil de reciclar y con diversas prestaciones.

Hasta hace poco la industria del reciclaje de neumáticos basaba buena parte de sus esfuerzos en el recauchutado, consistente básicamente en la sustitución de la banda de rodadura gastada por una nueva, lo que permite, al ser un proceso homologado y sometido a un riguroso control de calidad, volver a poner los neumáticos usados a la venta. Sin embargo, actualmente no es la única opción de reciclado, ya que con los materiales que lo componen también se puede construir pistas de tenis, suelos de parques lúdicos, firmes de carretera (mucho más seguras, pues mejoran la adherencia), tejados industriales, pasos a nivel, cubiertas, masillas y aislantes, césped artificial o mobiliario urbano, entre otros productos. Continua llegint “MONTAÑAS DE NEUMÁTICOS”

Realidad y percepción de la crisis


Los mercados financieros distinguen entre la verdad, la realidad y la percepción sobre las inversiones. Son diferentes conceptos, a menudo poco relacionados –en teoría deberían estarlo absolutamente–, cuya percepción es lo más importante. Se aplicaría aquí aquel viejo adagio de que de poco sirve tener razón si no te la dan… Porque de poco vale la buena realidad si la percepción es mala.
Las empresas españolas están ampliamente internacionalizadas, de modo que el efecto de la economía española y de los mercados nacionales sobre ellas es secundario. El BBVA y el Banco Santander, Telefónica, Iberdrola, ACS, Ferrovial, Abertis, Gas Natural, Repsol… tienen una gran parte de sus mercados fuera de España. Lo mismo puede decirse de muchas pequeñas y medianas empresas que exportan con progresiva intensidad porque perciben las dificultades y atonía del mercado interno. Esto es especialmente cierto para las empresas catalanas, porque Catalunya, que es el 20% del PIB español, supone el 25% de las exportaciones. Esta es la verdad.

El índice bursátil Ibex representa la realidad de la valoración de nuestras empresas en el mercado y ha crecido más de un 20% en el 2009. Se podría decir, pues, que las inversiones en empresas españolas deberían percibirse positivamente, porque gran parte de nuestro tejido empresarial está internacionalizado y se comporta adecuadamente en la crisis. Esta es la realidad.
La percepción sobre nuestra economía es mala en razón del paro y del endeudamiento público. De nada sirve la verdad o la realidad si esta es la percepción.
Nuestra tasa de paro, 19%, es el doble de la media de la UE, pero nuestra economía, tejido productivo y mercados son similares. Por tanto, hay que concluir que es en el marco regulatorio y en concreto en la legislación laboral donde reside la principal causa de la diferencia. Cualquier reforma laboral debe preservar los derechos actuales de los que trabajan. Las reformas deben introducir cambios, pero deben mantener los derechos adquiridos de las personas porque esta es la base del Estado de derecho.
La base de la reforma debe ser liberalizar la negociación colectiva. Los convenios sectoriales dificultan ahora esta libertad, porque no son un referente, sino que obligan a las partes y esto, por ejemplo, hace imposible que esta se lleve a cabo a pesar de que en circunstancias de dificultad de la empresa los trabajadores aceptan una reducción salarial para mantener el empleo. Es decir, la negociación dificulta un acuerdo que ambas partes desearían. La referencia de la revisión salarial al IPC es inadecuada en estos tiempos, porque es la productividad la que debería justificar subidas.
Es cierto que esta negociación requiere un marco regulatorio, pero la rigidez actual del sistema conduce a la no contratación laboral por la percepción empresarial de las consecuencias que esto puede tener si las circunstancias empeoran. Debemos convertir ese marco en una referencia que ayude a la negociación.
Esta rigidez se da también en el sector público, donde la dificultad de remunerar de acuerdo con su rendimiento hace que la motivación y la iniciativa se diluyan. La regulación nunca debe impedir que los agentes que deben colaborar, sindicatos y empresarios, lleguen a acuerdos que les son favorables.
La urgencia de las reformas es grande. España acumula un déficit récord del 11,4% en el 2009, la recaudación por IVA y el impuesto de sociedades han bajado respectivamente el 30% y 40% en el 2009, tenemos un índice de paro muy alto, la previsión para el 2010 es que el PIB, o sea, la riqueza del país, decrezca un 0,5% y el nivel de endeudamiento de nuestros bancos, empresas y familias es alto.
Los países del euro, nuestra moneda, crecerán en el 2010 un 1,5% y España decrecerá. Si esta situación se mantiene en el 2011, el Banco Central Europeo subirá los tipos de interés para contener la inflación y esto dejará a España, si no se emprenden las reformas estructurales necesarias –mercado laboral y función pública– en el peor de los escenarios, porque el coste de la deuda aumentará, la economía no creará ingresos suficientes y, con el nivel de déficit actual, las políticas de inversión y apoyo al crecimiento no serán posibles. La experiencia de los 10 años de no crecimiento de Japón como consecuencia de su crisis inmobiliaria es una referencia aleccionadora.

Llegamos a la conclusión de que nuestro tejido empresarial es sólido, la percepción de este por los mercados es buena, pero la percepción de que nuestra economía no es capaz ahora de generar riqueza, y de que se distancie y aleje de los países de nuestro entorno, acabará influyendo en nuestro tejido empresarial.
Debemos ser capaces, pues, de tomar medidas difíciles que la ciudadanía debe poder entender. En estos momentos nuestra situación es peor que la de nuestro entorno. Será mejor que lo entendamos y actuemos en consecuencia, y sobre todo que los políticos no tomen atajos simulando que se hacen las reformas, pero dejando los problemas intactos.

La miseria obliga a 250.000 personas a pedir comida a la beneficencia


El País

Las personas que tienen hambre sonríen poco. Sin muchas ganas. Tampoco les gusta mucho hablar. Hacen cola desde las cuatro de la mañana del viernes para que les den una bolsa de plástico con algunos alimentos básicos. A veces se pelean entre sí, pero pocas veces. Hoy no, pero es que hoy hace mucho frío. Casi hiela. Son de muchas nacionalidades distintas. Hace poco algunos españoles consideraron que la suya, su pasaporte, les daba derecho a ponerse los primeros. El resto les dejó colarse sin querer discutir. Casi todos están en el paro. Y no les hace mucha gracia explicar cómo “todo de repente se cayó al piso, hundido, sin aviso”. Hay unas 400 personas en la fila que se ha formado a las puertas de la asociación Acogem, particularmente dirigida a inmigrantes y sostenida, entre otras, por la Obra Social de La Caixa.

Pero, en realidad, esta fila mul-tilingüe no es más que una minúscula muestra de las cerca de 250.000 personas en la región que demandaron comida a lo largo de 2009. Tomates, azúcar, refrescos, arroz, que han salido del Banco de Alimentos de Madrid, de Cruz Roja o de Cáritas. Desde el reparto de bocadillos de madrugada, a las masivas entregas de productos básicos -una recreación más cercana de la ayuda humanitaria en zonas de conflicto- pasando por los comedores sociales o el reparto a domicilio por los habitantes de la Cañada. Una explosión de todas las modalidades de pedir para comer. Como la del boliviano Luis, de 21 años, porque, sencillamente, no pueden cubrir las necesidades básicas: “Todos andamos así, tratando de buscar cuadrillas para chapuzas, pero ya no hay y nuestros padres están sin un chavo”. En 2008 las cifras fueron algo más bajas, pero semejantes. No se pueden comparar porque los repartos no los hacían las mismas organizaciones.Esos dígitos emergen tras los minuciosos albaranes que estas asociaciones elaboran diariamente. No son aleatorios. Son así. Cada gramo de los cerca de 10 millones de kilos de comida queda registrado en las oficinas. De dónde viene -el grueso del Fondo Español de Garantía Agrarial, pero también de grandes superficies comerciales como Mercamadrid, fundaciones de grandes empresas o donaciones particulares- y adónde va (principalmente a asociaciones benéficas, parroquias o comedores sociales).

De hecho, uno de los requisitos para ser beneficiario del banco es “llevar libros y registros de los productos recibidos y distribuidos”. “Se sabe a qué organizaciones llegan las cosas y a cuánta gente atienden ellos”, confirma Pilar Saura, portavoz del Banco de Alimentos, pero “posiblemente se da mucha más comida y a más personas a través de otros canales”.

El Banco de Alimentos está escondido bajo una cúpula de estilo remotamente manchego, entreverando ladrillo y piedra. Una bóveda vacía en los márgenes de la carretera de Colmenar en la que los palés se alzan hasta el techo. Todo está muy organizado. Cada cual tiene su función y la cumple de un modo profesional. Exactamente igual a una gran empresa. Incluido Eduardo Berzosa, que con 90 años resuelve expedientes en su ordenador. Aquí no se improvisa, aunque la abrumadora mayoría de su más de un centenar de empleados sean voluntarios. Sólo cinco personas están contratadas.

Entre ellas Rafael Pavón, el jefe de almacén. “Hay muchísima demanda y servimos todos los días comida para 1.765 personas”, explica mientras se mueve en esta especie de gran nave industrial. Pero cada año tienen más demanda, “mucha más”, y sin embargo por las puertas traseras llegan menos alimentos. Cerca de un 10% menos de donaciones el año pasado.

Además las fechas de caducidad les llegan cada vez más ajustadas. Las grandes superficies que les ceden la comida han sufrido también la crisis. “Ahora ya no nos llegan tantas cosas con el envase defectuoso”. “Se ve que han dicho a sus empleados que sean mucho más cuidadosos”, resalta uno de los encargados de captar y negociar los envíos de estas compañías alimentarias.

La edad media de casi todos supera los 60 años y reciben cerca de 15 peticiones mensuales para enrolarse en la fundación. De hecho, su presidente, Javier Ortiz, es un ingeniero de 85 años. El banco está asociado al colectivo de bancos de alimentos europeos. Estas instituciones surgieron tras la inspiración en 1967 de John van Hengel, actualmente retirado en Arizona (EE UU).

Una mujer rubia de pelo corto esparce botes por encima de una mesa blanca que recuerda a las de los comedores de los colegios. Por el suelo se amontonan las cajas de cartón con el logotipo de La Caixa. Son productos que se han recogido entre los empleados de la entidad. La mujer los clasifica junto a una ayudante. Los macarrones con los macarrones, dice mientras mueve las manos sobre el plástico. Tiene particular mimo con los productos perecederos o delicados. También con los infantiles, que separa de los demás. De allí, los comestibles se trasladan a la entrada principal, donde hacen cola las furgonetas desde las nueve de la mañana.

Acogem tiene cita ese día. Recoge el segundo jueves de cada mes. José Luis García Callejón, uno de los responsables de esta asociación, junto a dos voluntarios, carga el vehículo industrial blanco hasta los topes. Y los viernes, todos, reparte las bolsas. Las mismas que ha preparado la mujer rubia.

Delfina, peruana de 57 años, aguarda con su número en la mano. Un papelito blanco que le garantiza que va a ser una de las que consigan algo. Trabajaba envasando calabacines y berenjenas. Pero perdió hace un año su empleo. No está sola, pero nadie le puede ayudar: “Mi hija no me puede poner un plato en su mesa porque tiene dos hijos”. Jessica, ecuatoriana de 21 años, trabajó hasta julio en una frutería. Su caso es el inverso. Es su madre, que trabaja como empleada doméstica, quien no puede ayudarla. “Todo, lo poco que tiene, se lo tragó y se lo traga la hipoteca. Fíjese, que la deuda es más grande que lo que le dan a ella al mes”, cuenta pegada a su amiga Estefanía, de 22 años y ex empleada de una heladería. Cada una camina hacia el metro de Palos de la Frontera con su bolsa. Una a Oporto, la otra, a Vicálvaro.

Las personas jóvenes, muy jóvenes, en esta alterada espera son frecuentes. Pero no sólo. También hay otros como un hombre rumano que frisa los 60 años y se protege de la helada con una gorra de marinero negra. Lleva sólo tres semanas en España. “Pero mi mujer lleva más, tres años”, explica en un español bastante inseguro. Él asiste a las clases de idioma que da la asociación y prefirió venir a Madrid aunque todas las estadísticas estuvieran puestas del revés: “Es mejor aquí estando mal que allí estando bien”, es su diagnóstico.

La asociación Acogem, además, funciona como empresa de colocación y ella misma paga a algunas personas, principalmente inmigrantes, por ayudarles en las tareas de reparto. También tiene asesoría jurídica. Hay 4.758 personas inscritas y la inmensa mayoría ha pasado uno de los cursillos de “integración” que imparte José Luis García Callejón. “Sobre todo, hago hincapié en que conserven su identidad, pero aprendan a comprender la de los demás”, dice mientras se mueve como pez en el agua entre los apretujones de la cola.

Otra de sus actividades primordiales es la de conseguir que los hombres que se acercan a sus oficinas cambien sus perspectivas laborales. “Ya no hay trabajo, nada de trabajo, en la construcción”, sentencia García Callejón, que aconseja a los varones en paro hacer cursillos para cuidar ancianos. “Esos oficios no han notado tanto la crisis, porque siguen siendo necesarios y sigue habiendo mercado”, sentencia.

En la carretera de Colmenar, en medio del complejo educativo de San Fernando, el Banco de Alimentos no reduce la velocidad de la cadena. La pequeña cola de Acogem es una gota en su continua recolección de alimentos. Una actividad que en sus 15 años de vida ha pasado de los 38.947 kilos distribuidos en 1994 a los cerca de seis millones de kilos de 2009. Un aumento enorme y progresivo que durante los últimos tres años se ha ido acelerando al ritmo que crecía la destrucción de empleo en la región.

También crece el número de personas que se presentan como voluntarias para trabajar con ellos. Unas 15 al mes. “El perfil es muy variado, pero al final es gente mayor, en general jubilada, la que puede asumir la carga de trabajo que se demanda”, explica su jefe de enrolamiento.

Gente no falta. Lo que cada vez cuesta más es rellenar sus inmensos palés. Y poder cargar todas las furgonetas que los demandan.